miércoles, 23 de junio de 2010

Los asaltantes del cielo

Nuestra lucha es como gaviotas al aire
que van gimiendo sedientas,
en la nada de este estropicio
la poesía tiene espinas y dulzura,
como las rosas de un jardín primaveral florecido,
la dignidad de los sin nombre,
del nido la ternura.
Como las rocas de un manantial antiguo,
hacemos ecos desesperados,
y así aprendimos a amar,
fugando a la mazmorra del espejismo
de un tiempo sombrío,
distante, pero cercano.
Superficie de la vanidad,
que tanta indiferencia encierras,
mientras el reloj daba las doce,
un mañana sin mañanas
temblaba sobre la tierra.
En medio del gran abismo,
espaldas rotas de tanto cargar pobreza,
y en el aire las sombras de la tristeza
de pan y trabajo negados,
comprendimos que no somos borregos,
tenemos dignidad, no nos arrodillamos.
Maxi y Darío... los nombran
los rostros curtidos,
ojos de fiereza
y los duendes en la noche
esos que en el firmamento juegan,
y las estrellas toman por asalto,
cuando la ciudad ya está desierta.
Mariposas en las barricadas
cuando las gomas se queman,
jamás había conocido tal belleza
toda junta y de una sola vez,
mientras trinos de resistencia,
van rompiendo muros
en las acuarelas.
“Viven de la bomba y de la sangre”,
decían los medios de la burguesía,
“son violentos, irracionales”…
asi consumaban ante el pueblo indefenso,
su venganza en torrente embravecida,
según su voluntad, a veces mas,
a veces menos.
Maxi y Darío...
Ellos quieren que no amanezca.
Sentimientos de papel alados,
forjados en esperanzas de lunas llenas,
conocimos de la espesa niebla la pena,
de la eterna noche, el llanto.
Y de ausencias es el aroma que nos grita:
No se rindan, sigan avanzando…
Ojos encantados y manos puras,
como el agua limpia y cristalina
en la noche más oscura,
allí mismo donde en las penumbras,
las sonrisas se han herrumbrado.

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